Una vez más apareció en el periódico el nombre de aquel famoso fotógrafo, conocido por ser el más transparente de la época. No intentaba embellecer sus imágenes, coger el mejor ángulo ni captar una luz artificial, planteaba la vida tal cual es en sus fotografías. Pero esta vez su nombre aparecía en la sección de accidentes, y es que hacía unos días había recibido un fuerte golpe en la cabeza que le había borrado la memoria.

Con sus habilidades como artista y la mente en blanco, se paró a pensar cómo podía continuar con su pasión sin inspiración ninguna. Fue entonces cuando se dio cuenta que era momento de parar de crear, y empezar a recordar. Decidió almacenar sus fotografías de tiempo atrás en un baúl que llamó “memoria”, en el que ordenaría por fecha todas ellas para poder volver siempre que quisiera a cada recuerdo con una simple mirada a la foto.

La cantidad de material era casi infinita, ya que llevaba haciendo fotos desde muy pequeño y no había descartado ninguna. En mitad del proceso de ordenar, coló descuidadamente una fotografía de un dibujo que había realizado de pequeño. Al estar en su repertorio no pudo diferenciarla del resto, y desde ese momento permanece en su “memoria” un recuerdo falso, un paisaje en colores rojos intensos que más que llevarle al pasado, le hace viajar a un futuro.