Los sábados eran los días que compensaban tanto esfuerzo, las calles de la ciudad se llenaban de gente que buscaba evadirse del trabajo y las tabernas no se quedaban atrás. Los trabajadores se juntaban en ellas para liberar sus cabezas de todo el estrés.

Una de las tabernas más conocidas de la metrópolis estaba a rebosar, decenas de personas empuñaban sus pintas de cerveza mientras poco a poco iban perdiendo el juicio debido a los efectos del alcohol. Entre toda la multitud, dos hombres discutían por sus hazañas en el frente militar. La lucha de egos no llevó a otra cosa que el caos, empezaron a subir el tono y cada vez se respiraba más tensión en el ambiente. La inevitable pelea entre esos dos hombres estalló y con ella se desencadenó una batalla campal cuando los presentes se unieron al conflicto.

El local se convirtió en un auténtico descontrol, las mesas se convirtieron en trincheras, las pintas de cerveza volaban de un lado a otro y cada vez más los efectos del alcohol iban a desencadenar un final fatal. ¡Basta ya! Una apuesta mujer con los labios pintados de rojo detuvo el caos formando un silencio absoluto. Su dulzura y benevolencia se apropiaron de sus palabras y con un discurso pacifista consiguió calmar la taberna y evitar lo que podría haber acabado en una desgracia entre compañeros de trabajo.

“¡Corten!, repetimos la secuencia, ¡hablar más alto que no se os escucha!”